-LIBERTAD DE EXPRESION-

"Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento y de expresión. Este derecho comprende la libertad de buscar, recibir y difundir informaciones e ideas de toda índole, sin consideraciones de fronteras, ya sea oralmente, por escrito o en forma impresa o artística, o por cualquier otro procedimiento de su elección y gusto."

"No he venido a traer paz, sino espada" San Mateo. X,34


jueves, 26 de abril de 2012

El estado de las relaciones FSSPX-Roma, según la FSSPX

El estado de las relaciones FSSPX-Roma, según la FSSPX Publicamos la parte relacionada directamente con el tema de las relaciones Roma-FSSPX del sermón de Mons. Bernard Fellay, Superior general de la Fraternidad San Pío X, pronunciado la fiesta de la Inmaculada Concepción, 8 de diciembre de 2011, en Ecône. Puede verse completo en DICI. Estas son las más recientes palabras de esta Fraternidad sobre las conversaciones en curso con la S. Sede Apostólica. El combate espiritual de la Fraternidad San Pío X Al saludar a la Santísima Virgen y sus virtudes, aunque no pensamos inmediatamente en ello, la Iglesia nos recuerda que no se trata únicamente de una hermosísima perfección, sino al mismo tiempo de una victoria. Y quien dice victoria, dice igualmente combate y lucha. Si la Fraternidad quiere tender a esta santidad, ha de luchar. Sus miembros han de luchar. Contra sí mismos, desde luego, pero también contra el mundo. Se trata un poco de todo nuestro programa. Ahí descubrimos algo muy misterioso: la época en que vivimos. Por un gran misterio, Dios ha permitido que el espíritu del mundo intente introducirse en la Iglesia. No hay que luchar únicamente contra los enemigos exteriores, sino también contra un espíritu no católico que ha entrado en la Iglesia. Manifiestamente, se ve con claridad que con todos los cambios recientes, la introducción de este espíritu se efectuó en el momento del concilio Vaticano II. Es una tragedia atroz. Este mal es un gran misterio. Pablo VI habló del «humo de Satanás». Es como si el demonio hubiera puesto un pie en el santuario. Es una realidad que nos deja helados, radicalmente lo contrario de lo que es la Iglesia. En el Credo, cantamos que ella es santa y nosotros creemos que lo es. Y resulta que algunos prelados, obispos, cardenales e incluso Papas invitan a hacer lo que la Iglesia siempre ha prohibido, con graves prohibiciones y con amenazas que llegaban hasta la excomunión. Éste es el motivo por el cual Mons. Lefebvre dijo «no puedo». Y si ustedes mismos están aquí es por el mismo motivo: no, no podemos, porque tales cosas ofenden a Dios. Es un gran misterio, porque al mismo tiempo que vemos estas cosas y que se debe decir «no», hay que seguir diciendo también que la Iglesia tiene las promesas de Dios: «Las puertas del infierno no prevalecerán contra ella» (Lc 16, 18). Por una parte hay que mantener que es la Iglesia de Cristo, la Iglesia fundada por Dios, y por otra vemos muchos elementos que no son de la Iglesia, que son lo contrario de ella y que están en su interior. Demos una imagen concreta que nos ayude a comprender esto: es como una enfermedad que se ha introducido en un cuerpo; tal enfermedad es como un cuerpo extraño, pero ese cuerpo extraño está en el interior. ¿Cómo reaccionan las células que se encuentran en presencia de esos cuerpos extraños? Es evidente: ¡intentan defenderse! Y resulta que ahí, peor aún, los órganos de control nos dicen: «Ustedes no tienen que defenderse». Hay que tragárselo todo y aceptarlo todo. Y desde hace 40 años, pronto 50, estamos en ese estado, pues hasta ahora no vemos un gran cambio. Las propuestas recientes de Roma Ustedes se han enterado de que ha habido una propuesta de Roma, propuesta que dice: «Estamos dispuestos a reconocerlos a ustedes». El problema es que sigue habiendo una condición. Esta condición ha podido variar un poco en su formulación, pero en el fondo sigue siendo la misma. Esta condición es: hay que aceptar el Concilio. Podría resumirse la situación actual diciendo: «Sí, ustedes pueden criticar el Concilio, pero con una condición: primero hay que aceptarlo». Y nosotros decimos: «¿Que se puede criticar después?» Creo que este es un resumen honesto de la situación actual. No es difícil describirles a ustedes nuestra respuesta. Evidentemente, las fórmulas son cada vez más interesantes y cada vez más próximas a lo que decimos nosotros. Actualmente, estamos llegando a un punto que manifiesta la profundidad del problema. En esa famosa propuesta, se nos dice: «Ustedes se comprometen a reconocer que en los puntos del Concilio que plantean dificultad, el único modo de comprenderlos es entenderlos a la luz de la Tradición continua y perpetua, o sea, a la luz del Magisterio precedente». La luz de la Tradición es el único modo con el que se pueden comprender los puntos dudosos. Van incluso más lejos: «Cualquier proposición e interpretación de estos textos dudosos, que se opusieran al Magisterio perpetuo y continuo de la Iglesia, debe rechazarse…». Es lo que nosotros hemos hecho siempre. Pero hay un diminuto inciso que añade: «…como dice el Nuevo Catecismo»; ahora bien, el Nuevo Catecismo repite lo que dice el Concilio. Dicho de otro modo, sobre el principio no podemos estar sino de acuerdo. En cambio, la aplicación es completamente opuesta. Ellos pretenden que están aplicando el principio, diciendo: todo lo que se hizo en el Concilio es fiel a la Tradición y está en coherencia con ella, ya se trate del ecumenismo o de la libertad religiosa. Esto les muestra a ustedes la gravedad del problema. Hay un problema en algún lado. No puede ser de otro modo. El problema radica en la comprensión de algunas palabras, y por supuesto éstas son: «Tradición» y «Magisterio». El modo con que ellos comprenden estas palabras es subjetivo. Desde luego, la palabra «tradición» se puede comprender eventualmente en el sentido de «transmitir»: el acto de transmitir. Es una transmisión. Pero el modo habitual de comprender esta palabra versa sobre su contenido. ¿Qué es lo que se transmite? ¿Qué es lo que se transmite de generación en generación? La definición clásica de la Tradición es «lo que se ha creído siempre y en todas partes» (Conmonitorio de San Vicente de Lerins). «Lo que» designa aquí el objeto. Pero ahora es como si se pasara del objeto al sujeto, no fijándose sino en quién transmite. Por lo cual, nos hablan de «tradición viva», por que el que transmite, cuando transmite, está vivo. Ahora bien, la vida se mueve y cambia. Los Papas cambian… y, por consiguiente, la tradición cambia, pero sigue siendo la tradición. Se trata de la misma tradición, pero que cambia. La Iglesia ha considerado también este sentido, pero de un modo completamente secundario. No se refiere a esto cuando habla de la Tradición, sino a lo que se denomina el depósito de la fe, el conjunto de verdades que Dios ha confiado a la Iglesia para que lo transmita de generación en generación, para que las almas se salven. Se trata del contenido. Por esta razón, con la definición de la infalibilidad en el concilio Vaticano I, la Iglesia enseña que el Espíritu Santo fue efectivamente prometido a San Pedro y a sus sucesores, es decir, a los Papas; pero no fue prometido de tal modo que, mediante una nueva revelación, los Papas enseñasen algo nuevo. Fue prometido para que, con la ayuda del Espíritu Santo, San Pedro y los Papas conserven santamente y transmitan fielmente algo que no cambia, esto es, el depósito revelado. ¿Dónde está el verdadero problema de la Iglesia? Ahí estamos. Esto es lo que intentamos hacer; ya que efectivamente hay un gesto de Roma hacia nosotros, hay que reconocerlo, un gesto sorprendente después de las discusiones doctrinales en las que se comprobó que no estábamos de acuerdo. En efecto, se trata de una situación parecida a la de dos personas que se encuentran, discuten y llegan a la conclusión de que no están de acuerdo. ¿Entonces, qué estamos haciendo? Roma nos dice: ¡ustedes tienen que aceptar! Y nosotros respondemos: no podemos. Por lo cual, lo que decidimos hacer, además de responderles que no podemos, es decirles: ¿no podrían ustedes mirar las cosas de un modo un poco distinto? ¿no podrían ustedes intentar comprender que no es la Fraternidad la que constituye un problema? Hay efectivamente un problema en la Iglesia, pero no es la Fraternidad; nosotros no somos un problema sino porque les estamos diciendo a ustedes que hay un problema. Así que les pedimos que se ocupen del verdadero problema. Estamos dispuestos, y no deseamos sino una cosa: atacar precisamente el verdadero problema. Ustedes se dan cuenta de que humanamente no hay mucha esperanza de que acepten cambiar su postura. ¿Tal vez los sinsabores de la Iglesia? El hecho de que actualmente se está manifestando de un modo mucho más claro el desastre y la infertilidad: ya no hay vocaciones. Es algo espantoso. Estaba viendo hace unos momentos el número de Hermanas de la Caridad, aquellas hermanas que estaban por todas partes en Francia: creo que ya no quedan en toda Francia sino 3 de entre 30 y 40 años; e igualmente 3 de entre 40 y 50 años; la mayor parte, es decir unas 200, se sitúan entre 70 y 80 años, o entre 80 y 90 años. Algunas ya tienen más de 100 años, y resulta que numéricamente son más que las que tienen 20, 30, 40 ó 50 años. Y si consideramos el conjunto de 20 a 50 años, tan sólo hay una más que las que tienen 100 o más años: 9 contra 8. ¡Las hermanas que en todas partes en el campo se ocupaban de todas las obras caritativas! Se acabó. Y este es un ejemplo entre miles. Veamos los sacerdotes, desde el punto de vista que se quiera: es una Iglesia que está muriendo y desapareciendo. Es algo que debería hacer reflexionar. Pensamos y esperamos que algunos empiezan a reflexionar, pero tenemos la impresión de que no basta. Por supuesto, hace falta una gracia. Hay que rezar. ¡Recen! Recen para que Dios libere realmente a la Iglesia y para que la Santísima Virgen haga algo. Ella es la que prometió que al fin triunfaría su Corazón Inmaculado, para sacar a la Iglesia de este desastre. Para nosotros, que estamos implicados en esta gran batalla por la Iglesia, hoy resulta un honor extraordinario poder ser miembros de esta Fraternidad. Por ello, le pedimos a la Santísima Virgen ser dignos miembros de esta Fraternidad. Vivamos según sus estatutos, fielmente. Observen ustedes el reglamento del seminario, como se les pide, de todo corazón, poniendo en ello la gran caridad que nos piden los Estatutos de la Fraternidad. Se la hemos de pedir a la Santísima Virgen, para que realmente, cada día, agrademos a Dios y nos santifiquemos, y mediante ello, podamos ganar almas para Dios, las almas que se nos confían, para la mayor gloria de Dios, y el honor de la Santísima Virgen y de la Iglesia. Así sea. (Fuente: FSSPX/Ecône – Transcripción y títulos de DICI)

1 comentario:

  1. UNION SIEMPRE ENTRE HERMANOS CATOLICOS! VIVA CRISTO REY!

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