Cuando era seminarista en Granada, con sólo 19 años, me escapaba para asistir a las Misas del Padre Cardozo; en un humilde garaje, asistí lleno de emoción a mi primera Misa Tradicional. Hoy, transcurrida más de una década, veo con dolor y alegría cómo la Tradición sigue proscrita.
Sí, con dolor, porque se me cae el alma al ver cuántas necesidades materiales pasan los buenos sacerdotes, aquellos por los que ofrecí mi salud... pero digo también que con alegría, porque ya lo dijo el Papa Sarto, que la Iglesia tenía como quinta nota el ser "perseguida" y he aquí la prueba.
San Juan Mª. Vianney, el Santo Cura de Ars, recibió su Primera Comunión en una Misa clandestina, de manos de un sacerdote que no había querido jurar la Constitución masónica de Francia; dos siglos más tarde, la Fe Católica, aquella que no quiere saber nada de la Roma sumergida y enquistada en el Modernismo, sigue subsistiendo gracias a la valentía y el arrojo de un puñado de fieles y unos cuantos sacerdotes, que prefieren pasar hambre antes que claudicar.
Seamos generosos y apoyemos económicamente a nuestros sacerdotes. Dios nos premiará con el céntuplo en esta vida y con la dicha perpetua en el Paraíso.
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