-LIBERTAD DE EXPRESION-
"Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento y de expresión. Este derecho comprende la libertad de buscar, recibir y difundir informaciones e ideas de toda índole, sin consideraciones de fronteras, ya sea oralmente, por escrito o en forma impresa o artística, o por cualquier otro procedimiento de su elección y gusto."
"No he venido a traer paz, sino espada" San Mateo. X,34
viernes, 2 de marzo de 2012
CUESTIONES DE HERENCIA
Desde aquí, en la noche de hoy.
Mi querido Abuelo:
Cuando el ocaso de sus días se va acercando y con acento grave me habla sobre el testamento que está redactando, me confía que su mayor preocupación es ser justo a carta cabal con cada uno de sus nietos. Abuelo, permítame abrirle mi corazón y expresarle en estas líneas, tal vez herido y desde mi dolor, cuál es mi mayor anhelo, aquello que necesito con acuciante premura, evocando sumariamente diversos tópicos que nos atañen a ambos.
A pesar de las muchas apreturas económicas, lo que de verdad estoy necesitando para poder vivir es parte de aquella herencia que Usted recibió de sus ancestros. Me refiero a la herencia espiritual y religiosa, inmaterial y cultural, que me hacía partícipe de la civilización más grande que vieran los siglos, la Civilización Católica. Esta es la herencia que nos hace inmensamente ricos, aportándonos la auténtica riqueza capaz de superar todas las crisis, en especial las morales y existenciales, que son tanto o más acuciantes que cualquier crisis financiera o económica. Esa Civilización que su generación desprestigió y despreció, la despojó de todo valor y no paró mientes en que la pudiera llegar a necesitar, que me pudiera interesar, y en que, llegado mi turno, tendré el deber de transmitir; como las demás cosas que de Usted pude recibir, su apellido, su raza, sus inmuebles.
Ya mis primeros Padres Adán y Eva me privaron de una herencia; mortal me abandonaron a merced de las enfermedades, a la deriva en medio de las sombras de la ignorancia y el error, voluble y débil al capricho de las pasiones; despojado de los dones y herido en mi natura. Doblemente desheredado vivo en este mundo, mis primeros padres me quitaron el cielo y Usted Abuelo, me deshereda en esta tierra. Siento como invade mi ser un terror inmenso de solo pensar que puedo llegar a perder todo, aquella herencia eterna para la que Dios me creó y prometió alcanzar en el cielo, y la de ésta tierra donde se merece aquella, ante tanta adversidad confabulada, la imposibilidad de salir bien librado. Ante el pecado de Adán, tuvo compasión de nosotros, por eso nos envió al Redentor y fue tan grande el gozo que hasta la liturgia considera que en definitiva fue una “feliz culpa”. Yo espero se apiade también de nuestra generación y las que vendrán.
Tal vez porque su generación fue la del 68, cuando los hippies creyeron que vivir el hedonismo sin frenos era lo máximo a lo que podíamos aspirar, hoy de sexo estamos enfermos, hartos y asqueados. Necesito recuperar la identidad que me fue arrebatada, la que alegremente me privó aquella generación. ¡Hijos de su tiempo! ¿Qué me ha quedado? ¿Qué idea del amor nos han dejado? Por eso hoy somos una generación pornográfica y promiscua que busca aun más profundo en el abismo abierto por vosotros, aquello que nadie encontrará allí jamás: la serenidad.
Simultáneamente por aquellos tiempos los capitalistas supusieron que con dinero sí íbamos a ser felices y hoy la salvaje ley del más fuerte nos tiene esclavizados; con la ley de la selva, aterrorizados; burócratas impíos nos tienen sojuzgados; tecnócratas cínicos nos viven explotando. Ministros de economía devanan sus sesos persuadidos que las soluciones son todas financieras, cuando no son más que complejas recetas cocineras. Y por si fuera poco, se sumaron los comunistas de todas las pelambres, marxistas-leninistas, trotskistas y socialistas a proponernos el paraíso en la tierra, ahora el mundo no es otra cosa que un infierno anticipado donde impera la revolución cultural de inspiración gramsciana en todos los ámbitos sociales, trastocando hasta el orden fundamental por la mutación perpetua, incluso, hasta del mismo sentido común. Cuándo cayó el muro fue más bien un dique que reventó y el comunismo inunda ya todo el mundo con sus errores intrínsecamente perversos.
Pastores como Pío IX en el Syllabus y San Pío X en la Pascendi, entre otros, nos alertaron de los peligros que se cernían sobre nuestras generaciones, pero hicimos oídos sordos. Hoy, a pesar de que nos advirtieron con su Magisterio, sufrimos la victoria del trilema masónico de la Revolución Francesa, libertad, igualdad y fraternidad, incluso en la misma Iglesia Católica… De aquellos barros estos lodos. De aquel “Dios ha muerto” de Nietzsche, nuestra agonía, de aquellos “Prohibido, prohibir” nuestra esclavitud.
No se colma mi existencia con discursos pletóricos de promesas de renovación o soluciones mágicas de nuevos planes, de nuevos bríos, Nuevo Orden Mundial o Novus Ordo Missae, cambios radicales augurados demagógicamente en cada eslogan político. Me abismo en un inconmensurable vacío, el vértigo de la nada invade mi ser, pero se empeñan en que lo llene solamente de aquello que nos da el mundo. Ese vacío en mi alma es infinito, hablo de una dimensión espiritual, por ende no lo puede colmar todo el materialismo existente.
El tiempo de espera terminó, me cansé de aguardar, en medio de la crudeza del invierno, la primavera prometida que nunca llegará; el aire que llega de la calle y entra por la ventana me sofoca, me asfixia, me mata, oprime mi pecho, lapida mi alma.
La victoria fundamental del enemigo del hombre sobre la familia es haber destruido la autoridad paterna y su fundamento mismo, ridiculizada ésta en su ejercicio, que oscila entre la timidez y la vergüenza, el control fue monopolizado por el matriarcado tribal. Esta victoria del enemigo pertenece a la zaga de aquella alcanzada en el Edén, cuando a instancias de la primera mujer, Eva, Adán, el Primer hombre cedió, comprometiendo de allí en adelante la suerte de toda la familia humana. Actualmente podemos constatar que aquello que hoy denominamos Feminismo ha plantado su enseña en casi todos los hogares y esta bandera que flamea modernamente es en realidad tan antigua como el mismo pecado original, pero en la plenitud de su triunfo. Por eso la más grave de todas las derrotas, el más letal de sus golpes, la sufren nuestras familias cuando desde el seno de la misma pareja surge una sorda revolución, privándolas de la cabeza, y una vez que el padre es desautorizado y ridiculizado, despojado de autoridad jurídica y moral, nada bueno nos podía llegar. El caos comienza y las consecuencias no se hacen esperar. Un ladrillo sin forma no es otra cosa que un poco de barro y el hombre un puñado de cenizas, así es como sin la causa formal, cual es la autoridad en el hogar, la familia puede ser cualquier cosa, menos la sana, primigenia y fundamental célula política de nuestra sociedad. Por diversas vicisitudes vemos que muchas mujeres han tenido que hacer de tripas corazón, digo más bien cabeza con el corazón y acuñamos un concepto nuevo, que tiene mucho más de artificial y mecánico que de natural y verdadero, ante el cual, con solemne respeto, los hombre de hoy se quitan el sombrero y es: “madres cabeza de familia”. Concepto paradójico como el que mas, como si algo pudiera ser y no ser al mismo tiempo.
Y lo que inicia como un insignificante pecado de omisión, es omisión tras omisión: la gran dimisión, por no haber cumplido con lo que era su deber de estado. Estaba llamado a ser fiel en las pequeñas cosas, guardián de los detalles, exclusivo portador de los pantalones, para poder más adelante ser fiel y eficaz ante las grandes responsabilidades. Muchos son los hombres que hacen hoy un papel ridículo en el ejercicio de su autoridad, porque ésta en realidad no se ejerce, ni existe, aun siquiera en su propio hogar. La revolución triunfó en nuestra familia y así, paulatina e inexorablemente, hemos ido perdiendo la esperanza de perpetuar nuestra civilización patriarcal. La igualdad venció a la jerarquía quebrando la verticalidad, la libertad disolvió la disciplina, instaurando la anarquía, en el desorden se perdió la paz y ¿qué fraternidad puede existir cuando ella es dependiente de la paternidad? Trágica destrucción de esta institución, donde nuestra individualidad solventa su intrínseca dependencia e íntima fragilidad. ¡Ay del hombre solo! ¡Qué fatalidad! Cuando mi familia cayó en la nada, yo comencé a ser otro nadie más. Dios quiere que María Santísima, que en dignidad era superior a todos e incluso en la sumisión a San José en todo, siga reparando por su mediación y gracia el daño que Eva causó al género humano, la Sinagoga a la Iglesia, Marianne y la Logia a la sociedad, y los problemas de las familias fueron los de mi nación; aniquilada la paternidad, desaparece también mi Patria.
Es menester decirle que lo que mi inteligencia necesitaba para ser aguda y fina; mi corazón para ser fuerte y generoso; mi carácter, templado; y en mi conciencia cuajaran los nobles ideales, era el amor y la presencia de mi madre. Su ausencia jamás justificó el salario con que pagaban las mejores guarderías, excelentes colegios y universidades superiores. Todas estas instituciones juntas no la reemplazarán jamás, podrían haber sido un buen complemento, eso sí, pero con su ausencia me faltó lo esencial. Quisiera haber aprendido a conversar con ella y rezar juntos a Dios. Confiado en mi madre, aprender a confiar en mí. Hoy que vemos a las mamás que hacen empresa, afichan diplomas, descuellan en política, les pregunto: ¿Quién formará buenos hombres, estando ellas tan ocupadas?
¿Por qué mis padres se negaron a que tuviera hermanos? ¿Por qué me llenaron de juguetes en cada época de mi vida? El triciclo, la bicicleta, la moto y el carro, por ejemplo. ¿Pensaron que con eso llenarían mis vacíos? Yo que ni siquiera conocí el amor fraterno en familia, porque mama prefirió ofrecerme una novela y un diploma, me doy cuenta que somos demasiado numerosos los hijos únicos y advierto también que es una auténtica utopía el ideal de vivir fraternalmente en sociedad, cuando no se vivió socialmente en familia. Prefería mil veces haber cambiado todo mi confort egoísta y el bienestar burgués por un solo hermano. Pero debí conformarme con ser tratado como un hijo mascota, al mismo tiempo que la mascota recibía rango y dignidad filial.
Ahora que tenemos todo aquello que hace más cómoda la vida en el hogar, ya no tenemos vida en familia. En su tiempo no quedaba espacio para la molicie y cada rutina vital, era todo un ejercicio de la ascesis cristiana en la cotidianidad. Bueno sería para nosotros que en lugar de beber agua del grifo como ahora, volviéramos a buscarla en la fuente o el rio; o que en vez de cocinar con gas, buscáramos la leña por el monte; encendiéramos los candiles y las lámparas, como cuando no había electricidad; en vez de lavar en lavadora, tendríamos que haber ido al rio y fregar entre las piedras. Tantos implementos dieron lugar a que nos sobrara el tiempo, mismo que dedicamos a la holgazanería y como la pereza es madre de mil vicios, fuimos aplicando nuestras energías a las vanidades y al igual que tantos Imperios pretéritos, caímos en franca decadencia a causa de la molicie. Me gustaría saber si todos estos útiles, no vinieron a quitarnos autonomía y una vez creada la dependencia, privarnos de la libertad. No hemos aprendido a manejar el progreso y por eso somos esclavos del petróleo, del gas o la electricidad y de tanto depender de estos útiles nos estamos volviendo cada día más dependientes, porque aún no aprendemos a aplicar el “tanto cuanto” que ordena todo en razón de último fin. Volvamos a los parámetros vitales, volvamos a la realidad, reencontrémonos con la tierra, que ella no miente jamás. Hágame el favor de enseñarme aquellos rudimentos básicos y elementales, gracias a los cuales también se vivía, a lo pobre es verdad, pero con la infinita riqueza de la libertad. Por los que el hombre domaba sus pasiones y también podía domar caballos; el que cultivaba virtudes, también las artes y las hortalizas; y porque supo matar su ego, también la fiera y la serpiente, fue capaz de pelar la gallina y cuerear un conejo, encender el fuego en la cocina, los ideales en las almas y el amor en el corazón. Y con el sudor de su frente conquistaba la tierra, su alma y el cielo. Redimidos sus corazones por la Sangre de Dios, y ellos con sus sudores, son a su vez redentores de una tierra que gime esperando redención de parte del mismo hombre que al pecado la sometió. El la redime y ella lo nutre, mientras que sus esposas colmaban de vida el hogar y de almas el reino celestial.
Esta era la vida en que se respetaba el orden natural y sobre él cual se construía el orden espiritual. Donde se forjaba al hombre que luego llevaba el espíritu a la Santidad. Cuando sin afeminamientos se consolidaban los cimientos de aquello que llamamos virtud. Pero hoy inmersos en la perversidad nos van sometiendo a la diversidad de género, cuando lo que necesitamos con urgencia es nuestra identidad. Identidad de género, para poder llegar a ser aquello que debemos ser, porque Quien nos dio el ser y el existir así lo dispuso, cuando en su mente nos concibió para poder compartir eternamente esto que hoy veo tan lejano: la felicidad. Cuando cada niño o niña, con solo mirarse al espejo o vestirse plasmada en el veían cuál era la voluntad del Creador y sus padres, solícitos y atentos, secundaban con su educación aquellos deberes inherentes a su personal naturaleza; porque incluso hasta los defectos correspondían a la natura del adolescente, que si era niño era orgulloso, y no se preocupaba de su cabello porque lo llevaba corto, y si era niña, era vanidosa, además de femenina y delicada. ¡Y qué decir de los papás! que con diminutivos ridículamente cariñosos no los reducían cruel y dramáticamente y, como no habían abdicado aún de su misión o vocación, no le llamaban a su creatura ni mami ni papi, sino hijo o hija. Porque como padres sentían un legítimo orgullo de su progenie, y tratándolos como hijos reforzaban la realidad de la filiación, que también es parte fundamental de la identidad, identidad de hombre y de hijo.
Quisiera reencontrar la vida familiar en torno a la mesa, las tertulias donde se profundizaban los temas y no se criticaba, donde se hablaba de las ideas y las cosas, no de las personas. Donde no se hablaba con la boca llena y las reglas de urbanidad no eran mundanidades hipócritas sino la crema y nata de la mismísima caridad, encarnándose en la cotidianidad doméstica. Donde sentarse derecho, más que una postura física era una actitud moral. El arte de la comunicación que pasa por la palabra, fue desapareciendo por la imagen virtual de la pantalla que pretende suplantar al concepto, empuja a la imaginación a avasallar la cordura y el razonamiento, la lógica con el sentimiento, donde cada publicidad o mensaje llega al apetito volitivo porque maquiavélicamente pone fuera de circuito toda lógica y lo aparentemente urgente avasalla lo realmente importante. Hoy para conversar entre amigos son suficientes tres interjecciones y cinco exabruptos, y para expresar nuestro dolor de adultos solo nos quedan gemidos. Ya no es pobreza intelectual la que nos aqueja, sino miseria. Si se le consulta a alguien sobre Alejandro Magno, piensa que fue quien ganó el último Oscar; Mozart es un reggaetonero que está surgiendo, que aun no es famoso ni gano discos de oro. De pintura, no conocen sino la cultura urbana de los tags; en matemáticas la suma de dos más dos les exige una calculadora. En cuanto a literatura, no leen ni la del periódico y en el arte de la danza son contorsionismos eléctricos, terroríficos, casi epilépticos u obscenos, esto depende generalmente de la sustancia consumida, fuente indispensable de energía para unos engendros escuálidos, pálidos y demacrados; apáticos, insensibles que desde la infancia ya semejan ancianos. Hoy sufro el erróneo principio en el que se fundamentó mi educación; “no quiero que mi hijo sufra como sufrí yo”. Deplorable permisividad, nefasta malacrianza. Cada vez que cometía una falta, Usted creía que era un problema de comprensión y con diálogos, más bien monólogos, pensó me iba a poder corregir. Las faltas que hice, fueron por debilidad de la voluntad y no por error de apreciación intelectual. Yo sabía aquello que estaba mal y sin embargo lo hice, cuando robé por primera vez en el supermercado, fumé a escondidas, cuando me escapé del colegio, etc. Por eso lo que mi educación exigía era firmeza de parte de mi papá y que no existieran fallas entre él y mi mamá, por donde se filtraba mi caprichoso egoísmo. Para poder encauzar así mi temperamento, hacía falta rigidez, fortaleza, determinación, incluso severidad. Hoy soy un inútil, aunque lleno de talentos a mis propios ojos, y con tantos diplomas, no me puedo permitir trabajar en cosas que humilde, real y manualmente me permitirían vivir. Un inútil que siempre está esperando ayuda del prójimo o del Estado y si no llega, me sumo a los indignados. Un inútil que no podrá decir jamás “mea culpa” con humildad, que cegado por el orgullo no intentará corregirse y mejorar, sino que como la culpa la tiene la sociedad, es a ella que tratará de cambiarla a fuerza de revoluciones.
Cuanta añoranza siento por ese tiempo en el cual los jóvenes valoraban a las muchachas por las virtudes que las ornaban, cual si fueran las joyas más preciosas: la modestia, el pudor y la pureza. Cuando se prefería, a la silueta esbelta, la finura del alma. Cuando un sí era un sí, y un no era un no, y ese sí solo terminaba con la muerte. Cuando los ideales eran altos, los sentimientos puros, los gestos generosos, la voluntad templada, la cabeza fría y el alma apasionada. Cuando el amor no era sexo, ni el sexo un deporte. Cuando el respeto a los demás era reflejo del respeto a sí mismo y el respeto a sí mismo era, sobre todo, respeto al templo de Dios. Los niños eran niños, porque eran inocentes y no ridículos adultos en miniatura que el pecado envejeció, precoces noviazgos de guardería que la mixidad permitió.
Si pudiéramos regresar a esos tiempos en los que había momentos y pausas, etapas y periodos. Retornar a ese espacio donde había lugar; tiempo para pensar, también para amar y tiempo para rezar, tiempo para vivir y también para morir. Sabíamos cuánto demoran en remojo los garbanzos y en cocerse un huevo duro. Cuando germinaban las semillas y duraba la clueca empollando. Un tiempo para cada cosa y para cada cosa un lugar. Espacio con perspectivas y no un espacio en la web; un espacio donde se podía mover mensurando la realidad, donde las ventanas que abriera no eran virtuales. Espacios vitales donde sus nietos podían crecer y la exigüidad del apartamento no exigía el aborto, y Usted mismo Abuelo tenía la posibilidad de verlos crecer, ya que no había necesidad de recurrir a la eutanasia.
Un tiempo y un espacio que nos permitía un mayor contacto con la realidad y a partir de ella comprender mejor las parábolas del Señor, cuando habla del fuego, la higuera, el lobo y las ovejas, las serpientes y las cabras, realidad que no solo era el sólido punto de apoyo hacia la metafísica sino también una prudente percepción de la real dimensión de cada cosa, indispensable para actuar bien en la cotidianidad. Donde los patrones de conducta para decidir y actuar no se hacían según la vanidad sino según parámetros reales. No regían el valor de cada cosa los patrones arteros de la Bolsa, sino la realidad vital que tiene al instinto de supervivencia como base natural.
Con pacifismos nos fueron denigrando la idea de Patria y con ecumenismos diluimos la noción de Iglesia, cuando en su historia era precisamente donde debía fortalecer mi identidad y mi alma proyectarse hacia la eternidad con la ayuda de la Gracia. ¡Me arrancó de los brazos de mi madre y me entregó a los de quien no lo era! Mi alma bautizada necesitaba el regazo de mi Madre Iglesia, y no andar en perpetua e inquieta búsqueda en otras religiones orientales u occidentales, cristianas o islámicas, judías o gnósticas, la nueva era, etc., cuando de estas nada bueno ni verdadero podía recibir.
Abuelo, regréseme la fe, restitúyeme la Cruz, la militancia católica por la que sus abuelos sonreían aun en los tiempos crudos y crueles de la guerra. Regréseme aquello que nunca conocí, ni percibí en el hogar, ni gusté en los muros de mi parroquia. Enséñeme ese Sacrificio, en el que encontraban la razón de ser de cada una de sus penas. Légueme el Cáliz de la Vida Verdadera.
Abuelo, piense de qué bien tan grande me privó al no concederle valor ni importancia, haga hoy un postrer esfuerzo y enséñeme al menos algo de aquello que su papá le enseñó. Enséñeme a santiguarme; dígame cómo hacer la genuflexión, cómo debo hacer para confesarme y así encontrar en el perdón la paz de mi alma. ¿Cómo rezar? ¿Cómo ser cristiano? ¿Cuáles son las oraciones de la mañana y de la noche? Explíqueme cómo se usa el misal cotidiano, enséñeme a descubrir, amar y a respetar a Jesús Vivo en el Sagrario. Devuélvame el decálogo y recuérdeme su orden, cuando el hombre no estaba antes que Dios, ni el individuo antes que la familia.
Querido Abuelo, ¿se ha preguntado por qué es tan grande el auge de los narcóticos? Es que la vida sin esperanza duele y mi generación buscan en las drogas una vana solución. ¿Acaso sin esperanza existe otra puerta que no sea la del suicidio? Sin Fe ¿qué explicación le podemos encontrar a este caos que nos rodea y nos ahoga? Es utópico pretender, sin sentido común, descifrar la triste realidad. Abuelo ¿nunca se preguntó por qué recurrimos tanto a los psiquiatras y los psicólogos y sin embargo cada día enloquecemos más? Quisiera poder evadir esta trágica realidad, como el humo alucinógeno, volverme volátil. Mi realidad es un charco pantanoso, estéril, sin vida, sin belleza.
Ayer, en mi desconsuelo, quise ir a contarle a mi abuelita mis angustias y mis cuitas…como cuando niño, pero no me quedan de ella ni siquiera las reliquias. Con eso de que ahora está de moda incinerarse, no sé qué viento sopló sus cenizas ni qué mar las disolvió. No existe el eslabón de sus restos que me acerque a mi historia y mi pasado. Debe ser que la tan mentada explosión demográfica no les ha dejado espacio ni siquiera a los difuntos. Hubiera querido ir hasta el campo santo para hincarme junto a su tumba para rezar por su alma, como ella me enseñó, el bellísimo salterio de María, el Santo Rosario, no el de los 150 salmos que son del Profeta David, sino el de las ciento cincuenta Ave-Marías. Pero el descubrir que ahora le agregaron cincuenta, me confunde, la situación más que luminosa me resulta tenebrosa; por esa manía de pretender enmendarle la plana al Señor y persuadirnos que en la novedad siempre se encuentra lo mejor.
¿Por qué tantas cosas nuevas me huelen a viejo? Huele a rancia la liturgia nueva. ¿Por qué tiene tanto polvo la Nueva Evangelización? ¿Por qué es tan protestante el nuevo Padre-Nuestro? ¿Por qué el Nuevo Misal, el Nuevo Ritual y el Nuevo Catecismo, contienen tantas herejías antiguas? Abuelito ¿por qué se empeña en darme siempre lo nuevo, si lo que yo quiero es algo que sea eterno? ¿Por qué no me habla de la eternidad? Esa eternidad que deberá afrontar muy pronto y por la cual está redactando su testamento.
Déjeme redescubrir la Misa con la sublime dimensión divina y pueda vivir mi alma inmersa en su misterio, que por ser divino supera a mi intelecto. Restitúyeme el altar del sacrificio, le retorno el misterio pascual, no quiero la mesa del banquete modernista, la cena protestante y la pascua judía. Regréseme el Calvario, devuélvale al altar el Crucificado que esta es la hora de la redención, le dejo el resucitado que si me priva del Sacrificio, me quedaré sin la resurrección. Y yo le convidaré entonces el buen vino viejo, porque este nuevo ya está avinagrado.
Devuélvame los padres con sus hábitos talares, yo le dejo los obreros, los funcionarios y los dandis, que contagiados por la frivolidad no traen remedio a mi alma; son como la sal desabrida, han perdido su sabor. Necesito al sacerdote, el que lleva la sotana cual bandera ajada en mil combates, la sotana que al mundo le muestra ser mortaja y al alma piadosa, la sombra de Cristo que pasa; el del sacerdocio ministerial, el de las manos consagradas, que en la Iglesia Jerárquica le ofrece su hijo a Dios y da a los hombres las cosas santas. No creo más en la democracia, por eso rechazo al presidente de una asamblea masificada, como así también a los para-clérigos que han invadido el sancta sanctórum. Los diáconos fueron creados para que ocupándose de los menesteres domésticos, los pobres y sus limosnas, pudieran los sacerdotes vivir consagrados a las necesidades espirituales de sus fieles. Ahora los sacerdotes se dedican a las cuestiones sociales como si la Iglesia fuera una institución filantrópica, un club exclusivo, diletantes de foros extraños, incluso también de alguna logia; y los para-clérigos van copando cada espacio y usurpando cada oficio. Nada católica es la participación de las mujeres, a quienes San Pablo pidió guardaran silencio en la Iglesia, ahora lectura tras lectura proclaman la Palabra, fungen muy ufanas como anfitrionas de una reunión social y lo más grave es que tienen la osadía de distribuir la Comunión.
Regréseme los reclinatorios para poder hincarme y así humillado, presentarle al Señor mi oración, como expresión corporal de mi adoración y mi súplica, no quiero ser un poltrón o un espectador de un teatro.
Regréseme la Adoración Eucarística, que quiero volver a adorar con todo mi corazón, mi alma y humanidad a mí Dios que está ahí en cuerpo, sangre, alma y divinidad. Quiero comulgar de rodillas y que sea el Sacerdote quien me administre con respeto y devoción la Hostia Consagrada. Porque si así tratan al Cuerpo Eucarístico, ¿cómo me podrán tratar a mí, que soy la más pequeña de todas las partículas del cuerpo Místico?
Al pie del altar quiero encontrar la paz, que se define como la tranquilidad en el orden, para afianzarla en lo más profundo de mi alma y así poder ser un instrumento de esa paz, propagándola en la cotidianidad, comunicándola a mi entorno. Por eso rechazo el desordenado y perturbador rito actual, por culpa del cual en el sagrado recinto todo es bullicio y confusión momentos antes de recibir la Sagrada Comunión y en esta agitación, como le sucedió a Moisés, no encontró en la agitación al Dios que habita en la serenidad..
Regréseme el catecismo, le regreso su libro de dibujos en los que no aprendí nada. Cuénteme de mi santo Patrono y hábleme de mi Ángel de la guarda. Al Ángel lo sacaron de mi lado y a mi Patrón lo arrancaron del calendario. Y como los santos ya no estaban de moda, mis amigos tienen nombres tomados de las perversas telenovelas, de la tenebrosa política o de la vulgar farándula. Ídolos del nuevo panteón, muchísimo más viles que aquellos que adoraban los antiguos paganos.
Cuénteme la vida de los santos, para que se enriquezca mi memoria saturada con los ídolos del celuloide o del estadio. El jardín primaveral de la Cristiandad regado por sangre de mártires, solo lo veo en viejos libros y en recuerdos pasados. Ábrame las ventanas de la historia, para que pueda contemplar en el tiempo a quienes en la eternidad siguen siendo, y también aquellos libros, que en prosa o poesía el alma nos enriquecía, con la historia que es maestra de la vida, y a la vez eran sobria y elegante compañía desde los estantes de la biblioteca.
Cuénteme las historias de la Leyenda Dorada, cuando los mártires renunciaban a los temporales placeres mundanos por el gozo eterno del cielo, a un reino en la tierra por el reino celestial, morían vírgenes por el Esposo Divino o preferían dar la vida a Dios, que ofrecer un puñado de incienso a los ídolos…hoy en cambio somos ecuménicos. Ahora que están todos dentro, yo me siento fuera.
Regréseme el amor por la Sagrada Escritura, la hermenéutica de los Santos Padres, que nada tienen que ver con las traducciones ecuménicas y adulteradas. Regréseme los santos doctores, le regreso los teólogos herejes. Devuélvame la sana doctrina, yo le dejo las teorías peregrinas, las opiniones de moda, que hoy son y después se desechan, porque el riesgo que se corre al intentar estar según sus dictámenes es simplemente que éstas pasan, hoy son y mañana ya caducan.
Devuélvame el recogimiento, yo le dejo tanto aspaviento. Quiero escuchar la voz de Dios en el silencio de la oración, como eremita en el desierto. Si me acerco hasta una Iglesia es huyendo del mundo y me doy cuenta que me está persiguiendo un pútrido tsunami de profanaciones, pues las baterías con sus ritmos frenéticos y las guitarras con sus cadencias mundanas ahogan mi alma en la misma nave de la Iglesia. El Espíritu no está en la adrenalina, aprendamos de la ascesis cristiana a ponerle sordina a la sensibilidad, que si todo queda en las emociones entonces la fe tendrá aun mayor dificultad de fundamentarse en la razón y vivificarse en las obras.
Quiero que vuelvan los órganos con sus notas sacras a elevar al cielo sonoras plegarias, y las guitarras regresen adonde debería estar la fiesta del folklore y la alegría popular. Devuélvame el gregoriano de mística espiritualidad, le dejo los cantos que hacen del amor a Jesús algo casi libidinoso, pringado de sensualidad.
Devuélvame los sermones, yo le dejo las últimas informaciones; quiero que le hable a mi alma el predicador inflamado, un pastor inspirado y no un convencional agente humanitario. Quiero volver a oír desde los púlpitos la Verdad tan elocuente y poder extasiarme con la belleza de los altares, los ornamentos, los retablos. Saber que en el confesionario, con toda discreción, me está esperando el perdón mientras reza el breviario. Encontrarme con aquel que reza como un ángel, confiesa como un cordero y predica como un león.
Poder ver que por respeto a los ángeles presentes en la Santa Misa, cubiertas con mantillas humildes y sencillas, van todas aquellas mujeres que rezan y no presumen, que lloran sin alardes, que ruegan sin descanso por todos aquellos que no rezan, no adoran ni aman, que tampoco le roban protagonismo al Escondido en el Sagrario, no le quitan al recinto su aroma de incienso, ni sienten el imperativo moderno de invadir el bastión sacerdotal.
Abuelo: yo necesito la redención del único Sacrificio la cual se aplica en cada Santa Misa, para poder asistir al banquete celeste. Y no puedo ir al convite divino, sin quien me devuelva la túnica blanca en el confesionario, sitio donde encuentro la gracia que me dejó el Señor cuando vino a redimirme y le confió a la Iglesia el cuidado de mi alma, pero Usted y su generación se negaron a trasmitírmela, cuando lo importante era tan solo trasmitir lo que usted había recibido de sus abuelos y sus padres. Siendo la Tradición algo tan fundamental en la Santa Religión, como la Santa Escritura y el Magisterio Papal, la hicieron a un lado, haciéndonos creer que era retrógrada y obsoleta; le impusieron dinámicas evolutivas no solo en los ritos sino también en la moral y la doctrina.
A cada instante escucho que se nos convoca a la unidad, pero una extraña unidad desprovista de alma, y cuando a un cuerpo le falta el alma cada elemento se disgrega buscando su origen. Yo solo me siento en comunión con los católicos de otros tiempos, aquellos que por su fe dieron la vida en el Coliseo y en la Cristiada; me siento en comunión con ellos porque los católicos de hoy profesan otras doctrinas. Ya no creen que fuera de la Iglesia no hay salvación, por ejemplo; y tampoco me siento en comunión con otros que habitan en distintos lugares de la geografía, pues ya no tenemos en común la misma manera de rezar. Babel nos vuelve a confundir, porque perdimos el latín y tantas otras cosas que nos hacían católicos.
¿Y el Magisterio? Como de él se han alejado hasta los curas en sus sermones, nos volcamos por montones a oír el magisterio de sustitución en mil y una apariciones en las que cada cual pretende escuchar aquello que quiere oír. Quieren llenar los vacíos teológicos con disgregaciones sentimentales, como si pudiéramos perpetuar la Revelación, cuando en realidad esta concluyó cuando el último Apóstol murió. ¡Cuánta prudencia tenía la Iglesia antes de aprobar alguna aparición! Ella es muy cuidadosa con sus hijos, pues conoce como los atrae morbosamente todo lo que es sensacional.
Dígame ¿cómo puedo ser católico? Yo le diré lo que vive un nieto del Concilio. Con tanto ecumenismo no tengo norte, voy sin rumbo fijo, navegando a la deriva, inmerso en el relativismo. Por eso tengo derecho a decirle: No me niegue la herencia, la herencia que se multiplica cuando se reparte, la herencia que usted recibió de sus antepasados, herencia que la Madre Iglesia nos guardó. No me sirve nada de lo nuevo, porque apenas naciendo ya caducó. Regréseme la jovialidad vital de 20 siglos, yo le regreso la mórbida senectud de 5 décadas que me infligió tantos males.
En resumen, devuélvame el cielo, le dejo este mundo; devuélvame la eternidad, no quiero este tiempo; devuélvame la Iglesia de Siempre, le dejo la Conciliar, devuélvame el orden, le dejo la revolución. Devuélvame el espíritu que vivifica, le regreso la letra que mata. Devuélvame la ley natural, no quiero la perversión; regréseme la familia, le dejo el individualismo. Regréseme la Tradición, le dejo el modernismo, encarnemos esa tradición, entrégueme el legado que recibió de sus ancestros y yo se lo trasmitiré a mis nietos. Otórgueme un poco de atención y aunque sospeche que de nuevo estoy alucinando, sepa que estoy en mis cabales y tratando de afianzarme en la realidad para afrontarla con efectividad. Esta es mi primera reivindicación fundamental, tal vez la única, así es que por su bondad tantas veces mal entendida, le ruego me consienta por última vez y acceda a mi petición.
Abuelo queridísimo, origen de mi vida, raíz de estas ramas, al terminar de escribir estas palabras tan existencialmente amargas, tan realmente crudas y cruelmente aciagas, solo quiero decirle algo: que todo esto que le pido en definitiva no es para mí casi nada, sino para que yo a mi vez lo pueda trasmitir a mis hijos y a los hijos de mis hijos y así todos podamos soñar con un futuro, porque si yo como su nieto vivo esta situación dramática, imagine un instante lo que podrán llegar a vivir mis propios nietos mañana.
Este es el tesoro que quiero heredar, quisiera haber recibido la gracia inefable de pertenecer a la Iglesia Católica y a la civilización Cristiana. Este sería el testamento que anhelé, que no es otra cosa que el Nuevo que nos dejó Nuestro Señor y que en el transcurso de veinte siglos se fue explicitando y así, enriqueciendo, con todo aquello que amamos y es en síntesis lo que llamamos “Civilización Católica”. Y deseo recibirlo porque yo a mi vez debo trasmitirlo, porque según sea el mundo que le dejemos a los hijos, será la eternidad que merezcamos. Y si esto que deseo no lo incluye su testamento, de todas maneras no he perdido el tiempo y ha quedado escrito este bosquejo de testamento que un día puede llegar a ser el mío.
Ya nos enseñó un maestro que si queremos resurgir no debemos hacer la revolución en contra, sino lo contrario de la revolución, comencemos por ejercer la humildad, en la humildad está la verdad. Dejemos la soberbia y volvamos a la realidad. Hagamos penitencia y traigamos la eternidad al tiempo, traigamos el orden al caos, la gracia al pecado, la luz a las tinieblas, la redención a los condenados, la verdad a la mentira, el cielo a la tierra, la cordura a esta locura, traigamos a Dios a las almas, démosle a la Iglesia los sacerdotes que todo esto nos hagan llegar y a las familias los hijos que Dios quiera enviar y todos recen por su alma Abuelo. Por eso debemos salvar la Misa y así Dios estará con nosotros y en Él podremos anclar la Esperanza, en la eternidad bienaventurada que nos espera mientras todo pasa, el Espíritu que hizo fecunda a la Virgen y el cortejo de sus gracias nos asistirá y lo harán posible.
Abuelo, antes de que muera déjeme, como a Isaac, la bendición de Abraham, para preservar las esencias y salvar las semillas con que cultivar la esperanza y con ello conservar la calma, la confianza y la serenidad, la Fe y la Caridad. Porque sí “hubo un tiempo en que la filosofía del Evangelio gobernaba los Estados”. Por obra del Espíritu que sobrevolaba el caos volverá a reinar ese orden, y con las Bienaventuranzas como programa, reconstruiremos sobre la Piedra Angular la Eterna Civilización desde sus cimientos, donde con esplendor divino impere victorioso el Inmaculado Corazón de quien está escrito: ¡“Triunfará”!
Padre Joseramón García Gallardo
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