-LIBERTAD DE EXPRESION-

"Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento y de expresión. Este derecho comprende la libertad de buscar, recibir y difundir informaciones e ideas de toda índole, sin consideraciones de fronteras, ya sea oralmente, por escrito o en forma impresa o artística, o por cualquier otro procedimiento de su elección y gusto."

"No he venido a traer paz, sino espada" San Mateo. X,34


miércoles, 29 de febrero de 2012

¡¡POR FIN LA LIBERTAD!!




Pedro Varela volverá a ser libre (fisicamente*) el próximo jueves día 8 de marzo.


Después de quince meses de encarcelamiento, Pedro llega al final de su condena.

Guardábamos está foto inédita realizada el día 12 de diciembre del año 2010, realizada unos momentos antes de su ingreso voluntario en la prisión de Lladoners. La guardábamos para esta ocasión y para repetirla lo más exactamente posible el día de su salida, tan lejana en aquellos días.

(*) La libertad espiritual y de ideales la ha conservado intacta todo este tiempo muy a pesar de las presiones sufridas durante su cautiverio

Publicamos una carta suya desde el cautiverio...

EL ARBOL DE NAVIDAD

Navidad. Siendo niños la recordamos como la amábamos, caseras, recogidas, con villancicos tradicionales y toda la familia con sus mejores galas. En la cocina se había trabajado con cariño para ofrecernos los mejores manjares que una madre puede dar a sus hijos. Y papá había traído desde Jijona los mejores turrones y polvorones. Todo en medio del olor a naranjas de Valencia recién cogidas. Con gusto exquisito, las velas adornaban la mesa de Navidad, preparada con esmero y en la que todos habíamos colaborado. El salón tenía dispuesto, junto a bellos detalles en varios rincones, el árbol de Navidad con velas y manzanas rojas, bajo el cual se encontraba el belén, donde el paciente buey y el humilde burrito acompañaban al recién nacido en su lecho de paja, bajo la cariñosa mirada de María y José y algunos pastorcitos. Conforme pasaban los días, los tres reyes magos se acercaban poco a poco a su destino, guiados por una estrella solitaria. Y alrededor del árbol numerosos paquetitos y paquetones —inversamente proporcionales al tamaño de los peques— esperaban ser abiertos. De pequeños el día de Reyes, por supuesto con su roscón, sorpresa incluida; de adolescentes los regalos se abrían ya el día de Navidad. Y por supuesto la “misa del gallo” nos reunía ya tarde, después de cenar, en una iglesia repleta de familias donde reinaba un ambiente especial. Una orquesta y un coro habían acompañado la celebración y al final todos hacíamos cola ante el niño-Dios, para besarle la rodilla rindiéndole pleitesía, que el sacerdote desinfectaba paciente tras cada beso.

Mamá era el centro del hogar, siempre comunicativa, con una comprensión psicológica de cada situación, vestida con buen gusto, estaba por todo y por todos. Éramos siete hermanos y el perro, a veces aderezados con algún pretendiente de mis hermanas. Así que había tropa de sobra para ambientar.

Yo las recuerdo entrañables, cálidas, familiares. Todo festivo y con la mejor vajilla y cubertería de plata heredada de alguna abuela.

Hoy, sin embargo, domina en muchos hogares la tele, el ruido, los colorines en las tiendas y las repetitivas melodías kitsch en los grandes almacenes. Se centra demasiado la atención en las emisiones televisivas y la americanización y comercialización del ambiente que ahogan el auténtico mensaje de la Navidad. Los diversos canales se han habituado a incluir películas de tiros y sangre que impiden la interiorización y el tan necesario dominio del silencio y la paz en estos días. ¿Cómo podemos llenar la sala de estar con ruido de explosiones y coches que se estrellan cuando nuestros pensamientos han de inclinarse hacia el amor al prójimo, la redención y la bondad en el corazón de los hombres? Todo queda ensombrecido por los efectos especiales llegados de Hollywood.

Para muchos adolescentes hoy la Natividad del Señor no es más que un día de fiesta llamado Xmas en el que se come (y se bebe) a dos carrillos, para dormir el día 25 hasta el mediodía y dedicar el día 26 a internet o cualquiera de los nuevos gadgets electrónicos de moda. Parte del problema de la teleadicción navideña debe yacer en el creciente número de hogares unipersonales, en la disolución y desestructuración de las familias, en la carencia de niños, auténticos dones de Dios, en la complicada logística de un grupo humano patchwork que ya poco se parece a la familia tradicional. La cada vez más larga comercialización de la semana navideña —que se inicia ya un mes antes— debe jugar también su parte. Pero este mensaje y esta celebración tan arraigada en nuestros corazones, ¿fue siempre tan comercial, teleadicta y alcoholizada?

Sólo en la muy navideña Alemania se adornan unos veintitrés millones de árboles en hogares e iglesias de todo el país. El “árbol de Cristo” (Christbaum), como se le conocía, tiene su origen en la medieval “representación del Paraíso” (Paradiespiel), que se interpretaba previo a los “belenes vivientes”. Y con el “árbol del Paraíso” (Paradiesbaum) se quería recordar que con este “árbol de Adán” (Adamsbaum), decorado con rojas y apetitosas manzanas, llegó la muerte al mundo (la manzana que el diablo ofreció a Eva y ésta a Adán), que mediante el recién nacido redentor, Jesucristo, fue vencida.

Si en un principio sólo era decorado con manzanas del Paraíso (Paradiesäpfel), el primer abeto adornado con velas encendidas lo fue en Silesia.(1) Las velas representan a Cristo como “luz en la oscuridad”. Desde esta época, el abeto adornado con velas (luz del mundo) y manzanas (Paraíso original) se convirtió en el símbolo de la época de Adviento y Natividad.

Tan arraigado está en el inconsciente colectivo que incluso en la época comunista no les quedó más remedio que mantenerlo, bautizándolo como “árbol decorado”, y reintroducirlo en 1935 en la URSS para San Silvestre como “árbol de la dote”.

Por lo demás, el árbol siempre verde ha sido considerado en todos los tiempos un símbolo de la vida, que en el duro y crudo invierno anhelaba la llegada de la primavera.

A muchos de nuestros árboles de Navidad de hoy les falta debajo el niño Jesús en el belén, a quienes los reyes magos de Oriente traerán los regalos que luego disfrutarán niños y mayores.

En su lugar, ha ganado espacio Santa Claus, Papá Noel, Jylemand, la figura de un rechoncho, simpático, amable y cariñoso obispo irlandés que, vestido de verde —como corresponde—, alegraba los rostros de los niños pobres con regalos el día de Navidad. En los años 20 y 30 del pasado siglo los anuncios de Coca-Cola lo popularizaron vestido de rojo —el color de la marca—, hasta nuestros días.

En cualquier caso, el árbol que representa al Paraíso terrenal, con sus apetitosas manzanas, que simbolizan la tentación y el pecado original; la decoración con velas, que representan a Cristo como luz del mundo en la oscuridad; los reyes magos que aportan regalos, o Santa Claus, el obispo de los pobres; todos representan un único y mismo mensaje, y todos captan bien el espíritu de la Navidad, que es a la postre lo esencial.

Con esta pequeña, a veces necesaria, anotación histórica, deseo enviar un saludo a todos los que intentan ser portadores de luz, a todos los que buscan la verdad, a todos los que son denigrados a causa de sus creencias, perseguidos y aislados.

Un cálido árbol de Navidad con todas sus luces escondidas queremos levantar en medio de los corazones de todos los que se encuentran solos, enfermos, desesperados, deprimidos, aquéllos que sufren por la falta de Patria en su propio país, que son profetas no escuchados en su tierra.

A todos; los que estáis en las pequeñas prisiones a este lado o en la gran prisión al otro lado de estos muros nos sentimos unidos, especialmente en estos días.

De nuevo arden las velas y el olor a abeto inunda los espacios. En esta noche de las luces todo se ve en armonía fantástica.

Aquí en prisión carecemos de belén en el patio, y dudo mucho que algún rechoncho funcionario se vista de Papá Noel para alegrarnos la noche santa. Pero el brillo en los ojos de los presos delata dónde están sus pensamientos: con las velas, las canciones, la comida hogareña, ricas viandas y postres, el calor humano y la ternura familiar, alma del mensaje de la Navidad llena de perdón, cuyos abrazos no podremos disfrutar un año más, pero que habitan inextinguibles en nuestros corazones.

Pedro Varela

Navidad 2011

18-XII-11

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