-LIBERTAD DE EXPRESION-

"Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento y de expresión. Este derecho comprende la libertad de buscar, recibir y difundir informaciones e ideas de toda índole, sin consideraciones de fronteras, ya sea oralmente, por escrito o en forma impresa o artística, o por cualquier otro procedimiento de su elección y gusto."

"No he venido a traer paz, sino espada" San Mateo. X,34


miércoles, 29 de febrero de 2012

¡¡POR FIN LA LIBERTAD!!




Pedro Varela volverá a ser libre (fisicamente*) el próximo jueves día 8 de marzo.


Después de quince meses de encarcelamiento, Pedro llega al final de su condena.

Guardábamos está foto inédita realizada el día 12 de diciembre del año 2010, realizada unos momentos antes de su ingreso voluntario en la prisión de Lladoners. La guardábamos para esta ocasión y para repetirla lo más exactamente posible el día de su salida, tan lejana en aquellos días.

(*) La libertad espiritual y de ideales la ha conservado intacta todo este tiempo muy a pesar de las presiones sufridas durante su cautiverio

Publicamos una carta suya desde el cautiverio...

EL ARBOL DE NAVIDAD

Navidad. Siendo niños la recordamos como la amábamos, caseras, recogidas, con villancicos tradicionales y toda la familia con sus mejores galas. En la cocina se había trabajado con cariño para ofrecernos los mejores manjares que una madre puede dar a sus hijos. Y papá había traído desde Jijona los mejores turrones y polvorones. Todo en medio del olor a naranjas de Valencia recién cogidas. Con gusto exquisito, las velas adornaban la mesa de Navidad, preparada con esmero y en la que todos habíamos colaborado. El salón tenía dispuesto, junto a bellos detalles en varios rincones, el árbol de Navidad con velas y manzanas rojas, bajo el cual se encontraba el belén, donde el paciente buey y el humilde burrito acompañaban al recién nacido en su lecho de paja, bajo la cariñosa mirada de María y José y algunos pastorcitos. Conforme pasaban los días, los tres reyes magos se acercaban poco a poco a su destino, guiados por una estrella solitaria. Y alrededor del árbol numerosos paquetitos y paquetones —inversamente proporcionales al tamaño de los peques— esperaban ser abiertos. De pequeños el día de Reyes, por supuesto con su roscón, sorpresa incluida; de adolescentes los regalos se abrían ya el día de Navidad. Y por supuesto la “misa del gallo” nos reunía ya tarde, después de cenar, en una iglesia repleta de familias donde reinaba un ambiente especial. Una orquesta y un coro habían acompañado la celebración y al final todos hacíamos cola ante el niño-Dios, para besarle la rodilla rindiéndole pleitesía, que el sacerdote desinfectaba paciente tras cada beso.

Mamá era el centro del hogar, siempre comunicativa, con una comprensión psicológica de cada situación, vestida con buen gusto, estaba por todo y por todos. Éramos siete hermanos y el perro, a veces aderezados con algún pretendiente de mis hermanas. Así que había tropa de sobra para ambientar.

Yo las recuerdo entrañables, cálidas, familiares. Todo festivo y con la mejor vajilla y cubertería de plata heredada de alguna abuela.

Hoy, sin embargo, domina en muchos hogares la tele, el ruido, los colorines en las tiendas y las repetitivas melodías kitsch en los grandes almacenes. Se centra demasiado la atención en las emisiones televisivas y la americanización y comercialización del ambiente que ahogan el auténtico mensaje de la Navidad. Los diversos canales se han habituado a incluir películas de tiros y sangre que impiden la interiorización y el tan necesario dominio del silencio y la paz en estos días. ¿Cómo podemos llenar la sala de estar con ruido de explosiones y coches que se estrellan cuando nuestros pensamientos han de inclinarse hacia el amor al prójimo, la redención y la bondad en el corazón de los hombres? Todo queda ensombrecido por los efectos especiales llegados de Hollywood.

Para muchos adolescentes hoy la Natividad del Señor no es más que un día de fiesta llamado Xmas en el que se come (y se bebe) a dos carrillos, para dormir el día 25 hasta el mediodía y dedicar el día 26 a internet o cualquiera de los nuevos gadgets electrónicos de moda. Parte del problema de la teleadicción navideña debe yacer en el creciente número de hogares unipersonales, en la disolución y desestructuración de las familias, en la carencia de niños, auténticos dones de Dios, en la complicada logística de un grupo humano patchwork que ya poco se parece a la familia tradicional. La cada vez más larga comercialización de la semana navideña —que se inicia ya un mes antes— debe jugar también su parte. Pero este mensaje y esta celebración tan arraigada en nuestros corazones, ¿fue siempre tan comercial, teleadicta y alcoholizada?

Sólo en la muy navideña Alemania se adornan unos veintitrés millones de árboles en hogares e iglesias de todo el país. El “árbol de Cristo” (Christbaum), como se le conocía, tiene su origen en la medieval “representación del Paraíso” (Paradiespiel), que se interpretaba previo a los “belenes vivientes”. Y con el “árbol del Paraíso” (Paradiesbaum) se quería recordar que con este “árbol de Adán” (Adamsbaum), decorado con rojas y apetitosas manzanas, llegó la muerte al mundo (la manzana que el diablo ofreció a Eva y ésta a Adán), que mediante el recién nacido redentor, Jesucristo, fue vencida.

Si en un principio sólo era decorado con manzanas del Paraíso (Paradiesäpfel), el primer abeto adornado con velas encendidas lo fue en Silesia.(1) Las velas representan a Cristo como “luz en la oscuridad”. Desde esta época, el abeto adornado con velas (luz del mundo) y manzanas (Paraíso original) se convirtió en el símbolo de la época de Adviento y Natividad.

Tan arraigado está en el inconsciente colectivo que incluso en la época comunista no les quedó más remedio que mantenerlo, bautizándolo como “árbol decorado”, y reintroducirlo en 1935 en la URSS para San Silvestre como “árbol de la dote”.

Por lo demás, el árbol siempre verde ha sido considerado en todos los tiempos un símbolo de la vida, que en el duro y crudo invierno anhelaba la llegada de la primavera.

A muchos de nuestros árboles de Navidad de hoy les falta debajo el niño Jesús en el belén, a quienes los reyes magos de Oriente traerán los regalos que luego disfrutarán niños y mayores.

En su lugar, ha ganado espacio Santa Claus, Papá Noel, Jylemand, la figura de un rechoncho, simpático, amable y cariñoso obispo irlandés que, vestido de verde —como corresponde—, alegraba los rostros de los niños pobres con regalos el día de Navidad. En los años 20 y 30 del pasado siglo los anuncios de Coca-Cola lo popularizaron vestido de rojo —el color de la marca—, hasta nuestros días.

En cualquier caso, el árbol que representa al Paraíso terrenal, con sus apetitosas manzanas, que simbolizan la tentación y el pecado original; la decoración con velas, que representan a Cristo como luz del mundo en la oscuridad; los reyes magos que aportan regalos, o Santa Claus, el obispo de los pobres; todos representan un único y mismo mensaje, y todos captan bien el espíritu de la Navidad, que es a la postre lo esencial.

Con esta pequeña, a veces necesaria, anotación histórica, deseo enviar un saludo a todos los que intentan ser portadores de luz, a todos los que buscan la verdad, a todos los que son denigrados a causa de sus creencias, perseguidos y aislados.

Un cálido árbol de Navidad con todas sus luces escondidas queremos levantar en medio de los corazones de todos los que se encuentran solos, enfermos, desesperados, deprimidos, aquéllos que sufren por la falta de Patria en su propio país, que son profetas no escuchados en su tierra.

A todos; los que estáis en las pequeñas prisiones a este lado o en la gran prisión al otro lado de estos muros nos sentimos unidos, especialmente en estos días.

De nuevo arden las velas y el olor a abeto inunda los espacios. En esta noche de las luces todo se ve en armonía fantástica.

Aquí en prisión carecemos de belén en el patio, y dudo mucho que algún rechoncho funcionario se vista de Papá Noel para alegrarnos la noche santa. Pero el brillo en los ojos de los presos delata dónde están sus pensamientos: con las velas, las canciones, la comida hogareña, ricas viandas y postres, el calor humano y la ternura familiar, alma del mensaje de la Navidad llena de perdón, cuyos abrazos no podremos disfrutar un año más, pero que habitan inextinguibles en nuestros corazones.

Pedro Varela

Navidad 2011

18-XII-11

martes, 28 de febrero de 2012

LOS SOLDADOS DE CRISTO




San Bernardo, De la Loa a la Nueva Milicia.

CAPÍTULO III . DE LOS SOLDADOS DE CRISTO

Mas los soldados de Cristo con seguridad pelean las batallas del Señor, sin temor de cometer pecado por muerte del enemigo ni por desconfianza de su salvación en caso de sucumbir. Porque dar o recibir la muerte por Cristo no sólo no implica ofensa de Dios ni culpa alguna, sino que merece mucha gloria; pues en el primer caso, el hombre lucha por su Señor, y en el segundo, el Señor se da al hombre por premio, mirando Cristo con agrado la venganza que se le hace de su enemigo, y todavía con agrado mayor se ofrece Él mismo por consuelo al que cae en la lid. Así, pues, digamos una y más veces que el caballero de Cristo mata con seguridad de conciencia y muere con mayor confianza y seguridad todavía. Ganancia saca para sí, si sucumbe, y triunfo para Cristo, si vence. No sin motivo lleva la espada al cinto. Ministro de Dios es para castigar severamente a los que se dicen sus enemigos; de su Divina Majestad ha recibido el acero, para castigo de los que obran mal y exaltación de los que de los que practican el bien. Cuando quita la vida a un malhechor no se le ha de llamar homicida, sino malicida, si vale la palabra.; ejecuta puntualmente las venganzas de Cristo sobre los que obran la iniquidad y con razón adquiere el título de defensor de los cristianos. Si le matan no decimos que se ha perdido, sino que se ha salvado. La muerte que da es para gloria de Cristo, y la que recibe, para la suya propia. En la muerte de un gentil puede gloriarse un cristiano porque sale glorificado Cristo; en morir valerosamente por Cristo muéstrase la liberalidad del gran Rey, puesto que saca a su caballero de la tierra para darle el galardón. Así, pues, el justo se alegrará cuando el primero de ellos sucumba, viendo aparecer la divina venganza, mas si cae el guerrero del Señor, dirá: ¿Acaso no habrá recompensa para el justo? Cierto que sí, pues hay un Dios que juzga a los hombres sobre la tierra.

Claro está que no habría de dar muerte a los gentiles si se los pudiese refrenar por otro cualquier medio, de modo que no acometiesen ni apretasen a los fieles y les oprimiesen. Pero por el momento vale más acabar con ellos que no dejar en sus manos la vara con que habían de esclavizar a los justos, no sea que alguien los justos sus manos a la iniquidad.

Pues ¿qué? Si no es lícito en absoluto al cristiano herir con la espada, ¿cómo el pregonero de Cristo exhortaba a los soldados a contentarse con la soldada, sin prohibirles continuar en su profesión? Ahora bien, si por particular providencia de Dios se permite herir con la espada a los que abrazan la carrera militar, sin aspirar a otro género de vida más perfecto, ¿a quién, pregunto yo, le será más permitido que a los valientes, por cuyo brazo esforzado retenemos todavía la fortaleza de la ciudad de Sión, como baluarte protector adonde pueda acogerse el pueblo santo, guardián de la verdad, después de expulsados los violadores de la ley divina? Disipad, pues, y deshaced sin temor a esas gentes que sólo respiran guerra; haced tajos a los que siembran entre vuestras filas el miedo y la duda; dispersad de la ciudad del Señor a todos los que obran iniquidad y arden en deseos de saquear todos los tesoros del pueblo cristiano encerrados en los muros de Jerusalén, que sólo codician apoderarse del santuario de Dios y profanar todos nuestros santos misterios. Desenváinese la doble espada, espiritual y material, de los cristianos, y descargue con fuerza sobre la testuz de lso enemigos, para destruir todo lo que se yergue contra la ciencia de Dios, o sea, contra la fe de los seguidores de Cristo; no digan, nunca los fieles: ¿Dónde está su Dios?



Obras de San Bernardo. De la Loa a la Nueva Milicia (1132-1136). BAC. págs. 1442-1443.

IDENTIDAD CATOLICA Y EL ISLAM




IDENTIDAD CATÓLICA Y EL ISLAM



Ante los acontecimientos recientes y no tan recientes, en los que se contempla el enfrentamiento desigual entre el judaísmo y el Islam, Identidad Católica quiere exponer su posición ante este problema.

Con cierta frecuencia nos llegan correos en los que la gente nos pregunta con perplejidad o mala fe por qué atacamos al judaísmo y no al Islam. La pregunta en sí demuestra un gran desconocimiento de la historia de la Iglesia y de la situación actual. La respuesta es sencilla: en primer lugar seguimos las enseñanzas de Dios y de su iglesia, y después, el Islam no corrompe la doctrina cristiana ni fomenta la secularización, no se infiltra en los obispados y seminarios mediante la masonería, ni tiende sus tentáculos usureros hacia el Vaticano y los pueblos trabajadores, el Islam no ha fomentado herejías en el Cristianismo ni ha arrancado una parte con el cisma Protestante... en definitiva, el Islam ha sido enemigo brutal y militar de Occidente, no los ministros del Anticristo, que trabajan insidiosamente entre las sombras. Para nosotros el Islam es enemigo secundario, el judaísmo es el Anticristo.

Ocurre frecuentemente que los amigos de los judíos se ceban en el odio antiislámico para cubrir sus lealtades y los "derechistas" e incluso alguno "racistas" se adhieren a la provocación, cayendo en la trampa, confundiendo tal expresión de rechazo a los musulmanes con una postura de autodefensa de occidentales blancos y cristianos.

Por otra parte, también cunde en un Occidente "secularizado" (es decir, judaizado), una mitificación del Islam, cuando ha sido siempre enemigo mortal de la Cristiandad. El Corán es incompatible con el Nuevo Testamento, su iconoclastia es opuesta a nuestra representación de imágenes, su concepción de Dios es opuesta a Jesucristo y a la Santísima Trinidad, etc. Son generalmente occidentales que han perdido la fe en Cristo por diferentes razones, los que se dejan llevar a otras religiones y filosofías como sustitución, predominando el budismo y el islamismo.

Occidente es cristiano, y si deja de serlo desaparecerá. La religión, la raza, la patria, la cultura, la familia, el arte, el honor, son valores de una Cultura, de una Civilización. Todos son necesarios y ordenados jerárquicamente son buenos y dignos de ser defendidos. Hoy vivimos en la era de pansexualismo judío y de la dictadura de la atomización, donde cada cual escoge lo que le ofrece el "Gran Bazar Leví" como si fuera libre, sin darse cuenta que la mayor parte de las defecciones de las filas de la Cristiandad son producto del triunfo judío dentro y fuera de la Iglesia.

¿Cuál es nuestra postura ante el Islam y los musulmanes?

Nosotros somos católicos, cristianos en un sentido más amplio. Occidente es cristiano aunque por obra de los judíos los occidentales estén dejando de serlo. Igual que están dejando de ser blancos, que se están volviendo materialistas y usureros, etc. Nuestra lucha es espiritual y terrenal. Tenemos un enemigo que corrompe por igual a la Cristiandad y al Islam. Desde el punto de vista religioso, ambas religiones son incompatibles, enemigas doctrinales, pues la afirmación de una supone la negación de la otra. Pero podría ser que esa enemistad milenaria y los exterminios de cristianos en el Norte de África, Oriente Próximo, los Balcanes, España, etc., se dejaran a un lado para poder salvar ambas civilizaciones del ácido corruptor judío.

No queremos a musulmanes en las tierras de Occidente, ni queremos a occidentales en la tierras musulmanas. Mi sueño es que cristianos y musulmanes nos unamos para acabar con el poder totalitario del judaísmo, y que posteriormente se conviva en armonía volviendo los musulmanes a sus países y los cristianos a los suyos. Cristianos, musulmanes, budistas, cada cual en su espacio vital.

Yo entiendo al musulmán que ve como “Occidente” amenaza con corromper su civilización. Pero que no confunda al verdadero Occidente con el Occidente esclavo de los judíos, a los gobiernos lacayos con los pueblos esclavizados.

Si los musulmanes quieren la guerra santa contra Occidente y expandir el Islam al mundo entero cometen un error, y nosotros seremos los primeros en combatir con las armas a los musulmanes, como ya lo hicieron nuestros antepasados. Muchos santos afirmaron que las ciudades y los reinos debían ser homogéneos en sus gentes para evitar hostilidades y odios, y otro que se debía expulsar a los moriscos de España (San Juan de Ribera). Nuestra posición se resume: Nada contra el Islam (todos los esfuerzos por evangelizarlos han fracasado), musulmanes en sus países, juntos ante el enemigo común, separados después. No a las mezquitas en Europa y no a las profanaciones de la iglesias católicas con reuniones de musulmanes. Ofrecemos reciprocidad, si no habrá conflicto y lucha.

Hace unos meses, en uno de esos típicos encierros de emigrantes en los templos católicos españoles, le preguntaron a un musulmán que porqué no se encerraban en las mezquitas. A lo que contentó: "En la mezquita no porque es un lugar santo".

Lo cual nos "gustó" mucho a los cristianos... y nos hizo meditar sobre muchas cosas.

Aprendamos de los musulmanes la fidelidad a su religión y su fiereza en el combate. Ahora mismo son el único oponente real del Gobierno Mundial Satánico en el plano natural.

martes, 21 de febrero de 2012

ANTONIO TEJERO MOLINA: MI PADRE



CARTA DEL HIJO DE ANTONIO TEJERO...

ANTONIO TEJERO MOLINA: MI PADRE

Aquel 23 de febrero de 1981, muy temprano, salimos de casa... Yo sabía lo que ocurriría... Sin embargo, el silencio era la expresión más simbólica del cariño que se puede dar a un padre que en esos momentos atravesaba unos de los momentos mas difíciles de su vida. Había vivido momentos de angustia, de terror. Noches en vela, acompañadas de desconciertos en una España que los españoles desconocían. Noches de zozobra que acompañaban a un hombre al cargo de las tierras vascas y con el encargo de acabar con el terrorismo... Muertes sin compasión de manos de ETA, traiciones de ideales, injusticias, quejas de viudas, órdenes para quemar una bandera que, después, fue legalizada y que causó tantos y tantos muertos...

Todo era incomprensible para un joven que creció con el dolor, la inquietud, el temor y el deseo irrefrenable de una España coherente... Ese joven era yo, ahora sacerdote de Jesucristo, pero sin dejar de ser hijo de mi padre, del cual me enorgullezco plenamente. Aquella mañana del 23 de febrero acompañé a mi padre a la celebración de la Eucaristía en la capilla que hay frente a la Dirección General de la Guardia Civil. Momentos de silencio, de oración profunda, de contemplación sincera de un hombre creyente que sabía cuál era su deber, que conocía las órdenes recibidas y que no quería por nada del mundo manchar sus manos de sangre (como así fue).

Un hombre de uniforme, de rodillas ante el Sagrario y el altar del sacrificio: mi padre. Suponía para mí un ejemplo de gallardía que nadie me hará olvidar, el testimonio fiel de un creyente coherente con el juramento que había hecho años atrás... No había palabras, sólo silencio, recogimiento y oración sincera. Al salir de la capilla, con una mirada penetrante -y me atrevería a decir que trascendente-, contempló la Bandera Nacional y, con voz serena, tranquila y gallarda, me dijo: «Hijo, por Dios y por Ella hago lo que tengo que hacer...». Y, con un beso en la mejilla, se despidió de mí. Un beso tierno de padre, pero que también sonaba a despedida: la despedida de un hombre que teme que no volverá a la vida... y eso pensé yo también.

Y, con el gozo de amar a mi padre con locura, volví a mi casa para acompañar a aquella que simbolizaba -en aquel momento y siempre- los valores de la mujer fuerte de la Biblia: mi madre. Esa gran mujer que ha sabido hacer, de su existencia, una entrega victimal y heroica a Dios, a España y a su familia -valores en los que fue educada a lo largo de todo su vida y que sigue mostrando, en el otoño se su existir, con una entrega amorosa a todos nosotros-. Pasamos la mañana con serenidad... El silencio era la elocuencia de nuestro pesar, mientras que el tiempo se convertía, segundo tras segundo, en el traicionero «reloj» que nos hacía pensar en aquel momento.

No sabíamos más ni menos. Realmente, nos dolía España, mi padre y el momento en sí; aunque nos tranquilizaba la certeza, según nos habían dicho, de que el Rey apoyaba y ordenaba tales hechos. Era un acto de servicio más, en un momento crítico, por el cual atravesaba nuestra Patria. Y pasó lo que toda España conoce y lo que los medios transmiten (aunque no con toda la veracidad que debieran). No voy a entrar en polémica... ni quiero, ni debo. Pero sí deseo aclarar algunos puntos que conozco, que siento míos y que viví con intensidad aquella noche. Y deseo hacerlo desde el sosiego, desde la paz que, cada día, me regala Cristo y desde la serena sabiduría de los años que te hacen asentar pasiones y discernir la verdad como realidad de la vida.

No voy a revelar nada del 23F, el silencio de mi padre me obliga a callar. Sin embargo, no puedo dejar en el olvido las grandezas de un gran hombre.

Es por ello que, ante las distintas informaciones y publicaciones de estos días en distintos medios de comunicación, quiero y deseo expresar lo siguiente: mi padre es un hombre de honor, fiel a sus principios religiosos y patrióticos; es coherente y sincero. Es un militar de los pies a la cabeza, consciente de sus responsabilidades, entregado a sus hombres. Es un hombre cumplidor, trabajador hasta el extremo, leal ante el significado de la palabra juramento y fiel al mismo. Es un hombre sereno, sencillo, disciplinado y amante de la verdad. No es violento, ni agresivo. Es templado, sensato, sereno, inteligente y capaz de discernir con coherencia una realidad aparentemente absurda e incoherente como parece que fue el 23F.

Es un marido ejemplar. Un padre extraordinario. Un hombre excepcional. Un amigo fiel. Un español honorable y un cristiano sincero y veraz. Mi padre es mi padre. Me duele la falta de información y coherencia. Me duele ver cómo todos aprovechan el «silencio» de un hombre para intentar destruirle... quizá por miedo a su palabra... Me duelen tantos programas y tan poca veracidad...

Quiero a mi padre con locura. Es por ello que ruego y aliento a todos aquellos que creen en la libertad de expresión, para que sean tan audaces y coherentes como para publicar estas pobres palabras que tan sólo manifiestan los sentimientos de un hijo por su padre.

Un hijo que se siente orgulloso de su padre y de que éste se llame: Antonio Tejero Molina.

Ramón Tejero Díez
14-Febrero-2009

domingo, 12 de febrero de 2012

A LA NACION ESPAÑOLA




A LA NACION ESPAÑOLA
Oigo, patria, tu aflicción,
y escucho el triste concierto
que forman,tocando a muerto,
la campana y el cañón.

Sobre tu invicto pendón
miro flotantes crespones,
y oigo alzarse a otras regiones
en estrofas funerarias,
de la iglesia a las plegarias,
y del Arte las canciones.

Lloras porque te insultaron
los que su amor te ofrecieron...
¡A ti, a quien siempre temieron
porque tu gloria admiraron:
a ti, por quien se inclinaron
los mundos de zona a zona;
a ti, soberbia matrona,
que libre de extraño yugo,
no has tenido más verdugo
que el peso de tu corona!

Doquiera la mente mia
sus alas rápidas lleva,
allí un sepulcro se eleva
cantando tu valentía;
desde la cumbre bravía
que el sol indio tornasola
hasta el África, que inmola
sus hijos en torpe guerra,
¡no hay un puñado de tierra
sin una tumba española!

Tembló el orbe a tus legiones,
y de la espantada esfera
sujetaron la carrera
las garras de tus leones;
nadie humilló tus pendones
ni te arrancó la victoria,
pues de tu gigante gloria
no cabe el rayo fecundo
ni en los ámbitos del mundo
ni en los libros de la Historia.

Siempre en lucha desigual
canta su invista arrogancia
Sagunto, Cádiz, Numancia,
Zaragoza y San Marcial;
en tu seno virginal
no arraigan extraños fueros,
porque indómitos y fieros
saben hacer tus vasallos
frenos para sus caballos
con los cetros extranjeros...

Y hubo en la tierra un hombre
que osó profanar tu manto...
¡Espacio falta a mi canto
para maldecir su nombre...!
Sin que el recuerdo me asombre,
con ansia abriré la historia;
presta luz a mi memoria,
y el mundo y la patria a coro
oirán el himno sonoro
de tus recuerdos de gloria.

Aquel genio de ambición
que, en su delirio profundo,
cantando guerra hizo al mundo
sepulcro de su nación,
hirió al íbero león,
ansiando a España regir,
y no llegó a percibir,
ebrio de orgullo y poder
que no puede esclavo ser
pueblo que sabe morir.

¡Guerra!, clamo ante el altar
el sacerdote con ira;
¡guerra!,repitió la lira
con indómito cantar;
¡guerra! gritó el despertar
el pueblo que al mundo aterra;
y cuando en hispana tierra
pasos extraños se oyeron.,
hasta las tumbas se abrieron
gritando: ¡Venganza y guerra!

La Virgen con patrio ardor
ansiosa salta del lecho;
el niño bebe en el pecho
odio a muerte al invasor;
la madre mata su amor,
y cuando calmada está,
grita al hijo que se va:
"¡Pues que la patria lo quiere,
lánzate al combate y muere;
tu madre te vegará...!"

Y suenan patrias canciones
cantando santos deberes,
y van roncas las mujeres
empujando los cañones;
al pie de libre pendones
el grito de patria zumba.
Y el rudo cañón retumba,
y el vil invasor se aterra,
y al suelo le falta tierra
para cubrir tanta tumba...

Mártires de la lealtad,
que del honor al arrullo
fuisteis de la patria orgullo
y honra de la Humanidad.
En la tumba descansad,
que el valiente pueblo íbero
jura con rostro altanero
que, hasta que España sucumba
no pisará vuestra tumba
la planta del extranjero

sábado, 11 de febrero de 2012

EL GENOCIDIO OLVIDADO


EL GENOCIDIO DE LOS CATÓLICOS DURANTE LA REVOLUCIÓN FRANCESA: LA VENDÉE.




Transcribimos dos fragmentos de libros cuya lectura recomendamos, teniendo presente que sus autores no han comprendido la totalidad de la trama. Pero su valor reside precisamente en esto. No pueden ser "apellidados" con los amables adjetivos que los medios de comunicación colocan a los escritores políticamente incorrectos.



“Reynald Secher, el joven autor (nacido en 1955) originario de la Vendée, fue a buscar una documentación que muchos consideraban ya perdida. En efecto, los archivos públicos han sido diligentemente depurados, en la esperanza de que desaparecieran todas las pruebas de la masacre realizada en la Vendée por los ejércitos revolucionarios enviados desde París.

Pero la historia, como se sabe, tiene sus astucias: así Secher descubrió que mucho material estaba a salvo, conservado, a escondidas por particulares. Además pudo llegar a la documentación catastral oficial de las destrucciones materiales sufridas por la Vendée campesina y católica, levantada en armas contra los “sin Dios” jacobinos.

En los mapas de los geómetras estatales de la época está la prueba de una tragedia inimaginable: diez mil de cincuenta mil casas, el 20 % de los edificios de la Vendée, fueron completamente derruidas según un frío plan sistemático, en los meses en que se desencadenó la furia de los jacobinos gubernamentales con su lema aterrador: “libertad, igualdad, fraternidad “o muerte”. “ Prácticamente todo el ganado fue masacrado. Todos los cultivos fueron devastados).

Todo esto, según un programa de exterminio establecido en París y realizado por los oficiales revolucionarios: había que dejar morir de hambre a quien, escondiéndose, había sobrevivido. El general Carrier, responsable en jefe de la operación, arengaba así a sus soldados: “No nos hablen de humanidad hacia estas fieras de la Vendée: todas serán exterminadas. No hay que dejar vivo a un solo rebelde”.

Después de la gran batalla campal en la que fueron exterminadas las intrépidas pero mal armadas masas campesinas de la “Armada católica”, que iban al asalto detrás de los estandartes con el Sagrado Corazón y encima la cruz y el lema “Dieu et le Roy”; el general jacobino Westermann (1) escribía triunfalmente a París, al Comité de Salud Pública, a los adoradores de la diosa Razón, la diosa Libertad y la diosa Humanidad: “¡ La Vendée ya no existe, ciudadanos republicanos! Ha muerto bajo nuestra libre espada, con sus mujeres y niños. Acabo de enterrar a un pueblo entero en las ciénagas y los bosques de Savenay. Ejecutando las órdenes que me habéis dado, he aplastado a los niños bajo los cascos de los caballos y masacrado a las mujeres, que así no parirán más bandoleros. No tengo que lamentar un sólo prisionero. Los he exterminado a todos”.

Desde París contestaron elogiando la diligencia puesta en “purgar completamente el suelo de la libertad de esta raza maldita”.

El término “genocidio”, aplicado por Secher a la Vendée, ha desatado polémicas, por considerarse excesivo. En realidad el libro muestra, con la fuerza terrible de los documentos, que esa palabra es absolutamente adecuada: “destrucción de un pueblo”, según la etnología. Esto querían “los amigos de la humanidad” en París: la orden era la de matar ante todo a las mujeres, por ser el “surco reproductor” de una raza que tenía que morir, porque no aceptaba la “Declaración de los derechos del hombre”.

La destrucción sistemática de casas y cultivos iba en la misma dirección: dejar que los supervivientes desaparecieran por escasez y hambre.

Pero ¿cuántos fueron los muertos? Secher da por primera vez las cifras exactas: en dieciocho meses, en un territorio de sólo 10000 km2 , desparecieron 120.000 personas, por lo menos el 15 % de la población total. En proporción, como si en la Francia actual fueran asesinadas más de ocho millones de personas. La más sangrienta de las guerras modernas – la de 1914-1918- costó algo más de un millón de muertos franceses.

Genocidio, pues; verdadero holocausto; y, como comenta Secher, tales términos remiten al nazismo. Todo lo que pusieron en práctica las SS fue anticipado por los “demócratas” enviados desde París: con las pieles curtidas de los habitantes de la Vendée se hicieron botas para los oficiales (la piel de las mujeres, más suave, era utilizada para los guantes). Centenares de cadáveres fueron hervidos para extraer grasa y jabón (y aquí se superó a Hitler: en el proceso de Nüremberg se documentó –y las mismas organizaciones judías lo confirmaron- que el jabón producido en los campos de concentración alemanes con los cadáveres de los prisioneros es una “Leyenda negra”, sin correspondencia con los hechos). Se experimentó por primera vez la guerra química, con gases asfixiantes y envenenamiento de las aguas. las cámaras de gas de la época fueron barcos cargados de campesinos y curas, llevados en medio del río y hundidos.

Sus páginas, disponibles ahora, provocan sufrimiento. Pero la búsqueda de una verdad escondida y borrada bien vale el trauma de la lectura.”

Vittorio Messori, Leyendas negras de la Iglesia. Planeta. Capítulo 23. Le génocide franco-français: la Vendée vengée” de Reynald Secher, pág. 103.



“El mismo problema se le presentará a la Convención cuando tome la decisión de exterminar a los de la Vendée. Y el asunto se afrontará en términos de carga para el erario. Fusilar a casi dos millones de personas costaba cifras astronómicas sólo en balas. Se pensó en romperles la cabeza con las culatas de los fusiles, pero después de un cierto número de cabezas los fusiles tenían la tendencia a estallar cuando eran utilizados normalmente. Los sables y las bayonetas perdían el filo. Se probó a envenenar los ríos con arsénico, pero el agua arrastraba el veneno más allá de los confines de la rebelión.

Se encargó a un farmacéutico que fabricas gas venenoso. Pero también aquí había que contar con el viento que con frecuencia orientaba los efluvios en direcciones no deseadas. El general Santerre comenzó a minar el territorio, pero las minas explotaban incluso bajo los “bleus”. Su colega Turreau utilizó entonces el sistema de las gabarras o lanchones: se ataban en grupos a los prisioneros, se les cargaba a centenares en las gabarras que después se hundían en el Loira. Después, se recuperaban las barcazas.

Al final se optó por los cañones: se encerraban a las víctimas en un edificio, por lo general, en la Iglesia, y se abatía el edificio a cañonazos. También se utilizaron los hornos; este último sistema permitía el aprovechamiento de la grasa de los cadáveres, que se empleaba en los hospitales y para engrasar los fusiles, así como la piel, ya que se despellejaba a las víctimas antes de enviarlas a los hornos ( en el ejército escaseaban las botas, y la idea de utilizar la piel humana fue de Saint-Just). Todavía hoy se puede contemplar en el museo de Historia Natural de Nantes una piel de vendeano debidamente curtida”.



Rino Cammilleri. Los Monstruos de la Razón. Viaje por los delirios de utopistas y revolucionarios. Rialp, Madrid, 1995. (Confr. Reynal Secher. Le genocide franco-français. La Vendée-Vengé. Puf, París, 1988.)


(1) Nota de Manuel de Arbués: Sin duda el tal Westermann trataba así de bien a sus hermanos católicos porque eran de su misma....digamos, religión. Al menos, esto insinúan algunos hoy en día, con gran rigor histórico, por cierto.

sábado, 4 de febrero de 2012

SECRETO DE CONFESION






En aquel terrible año de 1934, estalló en España una horrorosa persecución contra los católicos, por parte de los comunistas y masones que pertenecían a la extrema izquierda. Por medio del fraude y de toda clase de trampas fueron quitándoles a los católicos los principales puestos públicos. En las elecciones, tuvo el partido católico medio millón de votos más que los de la extrema izquierda, pero al contabilizar tramposamente los votos, se les concedieron 152 curules menos a los católicos que a los izquierdistas. La persecución anticatólica se fue volviendo cada vez más feroz y encarnizada. En pocos meses del año 1936, fueron destruidos en España más de mil templos católicos y gravemente averiados más de dos mil. Desde 1936 hasta 1939, los comunistas españoles asesinaron a 4,100 sacerdotes seculares; 2,300 religiosos; 283 religiosas, y miles de laicos. Todos por la sola razón de pertenecer a la Iglesia Católica. Las comunidades que mayor cantidad de mártires tuvieron fueron: 270 Padres Claretianos; 226 Padres Franciscanos; 176 Hermanos Maristas; 165 Hermanos de las Escuelas Cristianas; 100 Padres Salesianos; y 98 Hermanos de San Juan de Dios. Todos ellos eran hombres y mujeres pacíficos que únicamente buscaban hacer el bien a los más necesitados. No había un solo motivo para perseguirlos y matarlos, excepto el que eran seguidores de Cristo y de su Santa religión.
Durante esos años de lucha fratricida -que dieron la impresión de ser interminables- la maldad se posesionó de muchos hombres y mujeres de izquierda que recibían órdenes directamente de los bolcheviques en Moscú. Seres humanos, endurecidos del corazón, alejados de Dios y esclavos del demonio, inmersos en el reino de las tinieblas, que se convirtieron muy pronto en instrumento del mal. Como si se tratara de una epidemia, se fue extendiendo la ponzoña por toda España. Si un sarmiento enferma, todo el organismo se resiente; si un sarmiento queda estéril, la vid no produce el fruto que de ella se espera; es más, otros sarmientos pueden también enfermar y morir.
En el año de 1936, los católicos se levantaron en revolución al mando del General Francisco Franco, y después de treinta y seis meses de sangrienta guerra, lograron echar del gobierno a los comunistas y anarquistas anticatólicos, pero estos antes de abandonar las armas y dejar el poder, cometieron la más espantosa serie de asesinatos y crueldades que registra la historia.
La guerra civil entró en el pueblo español sin piedad: iglesias profanadas, pueblos incendiados y cadáveres mutilados que marcaban el camino recorrido por el ejército comunista republicano. También los nacionalistas o franquistas católicos combatían con la misma furia.
Después de una dura batalla en la cual un escuadrón de nacionalistas había liberado a un pueblo del enemigo, apareció en una esquina, un soldado español, que pertenecía al partido comunista republicano, gravemente herido, con el pecho abierto por la explosión de una granada. Con la mirada ya vidriosa, el herido vio a los soldados enemigos que se acercaban, y balbuceando dijo: “¡un sacerdote! ¡Pronto, llamen a un sacerdote!”. “¡Vete al infierno, canalla!”, lo maldijo uno de los nacionalistas. Pero otro de sus compañeros tuvo piedad del moribundo: “Voy a ver si logro encontrar a un sacerdote”. Después de varios minutos -que al agonizante le parecieron siglos- aquel soldado regresó con un sacerdote. Lleno de piedad, éste se arrodilló cerca del herido y le preguntó si quería confesarse.
“Sí, me quiero confesar. Pero dígame, ¿es usted el párroco de este pueblo?”. “Sí, yo soy el párroco”. “¡Dios mío...!, balbució el soldado.
El sacerdote se quedó mucho tiempo junto al herido escuchándolo en confesión, reconfortándolo y brindándole esperanza en una segunda vida que con toda seguridad será mejor que la primera. Después, volteando hacia la patrulla de los nacionalistas, susurró con fatiga: “Hermanos, les ruego, lleven al herido a una casa, ¡no lo dejen morir en la calle!” En esos momentos, la frente del sacerdote estaba bañada en sudor, y su rostro era pálido como la cera de una vela.
Cuando los soldados se acercaron al herido, ya el sacerdote se había perdido entre las sombras de la noche. Haciendo un esfuerzo, el moribundo se alzó un poco y dijo jadeando: “Sin embargo, me ha dado la absolución...”
“¿Por qué habría de negártela?, ¡es su obligación!”, -exclamó uno de los nacionalistas-. “¡Pero, ustedes no saben lo que he hecho!”, continuó el moribundo, “yo mismo, con mis manos, he matado a 32 sacerdotes: los he apuñalado, estrangulado, fusilado. Era siempre lo primero que hacía al entrar a un pueblo: buscaba la parroquia y mataba al cura. También aquí he hecho lo mismo, pero no he encontrado al sacerdote, sólo a su padre y a dos de sus hermanos. Cuando les pregunté ¿en donde estaba el sacerdote?, no han querido decírmelo. Por lo que disparé en contra de los tres. ¿Han entendido? He matado al padre y a los hermanos del sacerdote que ha venido a confesarme... Y, sin embargo, me ha perdonado...”.
jacobozarzar@yahoo.com